Los que no se van nunca del todo

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 Hoy hace cuatro años que se marchó mi tercera abuela. Una mujer sencilla y maravillosa que me vio crecer y me quiso casi como si me hubiese parido. Hoy hace cuatro años que escribí lo que sigue. Y lo sigo suscribiendo, palabra por palabra. Porque alguna gente nunca se va del todo.

Josefa García. Lo escribo y me parece ver su firma, algo tosca, al pie de una postal de cumpleaños o tal vez en el libro de dedicatorias de mi primera comunión. Tenía un nombre vulgar, pero era una mujer extraordinaria. Cuidó de mí muchas veces en mi niñez. Ya se veía mayor entonces. Mayor y viuda. Y alegre. Jamás escatimó una sonrisa. Me trató como al hijo, más bien el nieto que nunca tuvo. Y ahí estuvo, en primera fila, cuando las cosas se torcieron y el infierno se abrió bajo nuestros pies. Siempre al quite, Josefa era una de esas personas que, no teniendo apenas ni para sí, te lo daba todo. Yo tuve dos becas. La del Ministerio y la suya. Su lealtad parecía escrita en sangre. 
 Años más tarde, cuando las aguas volvieron a su cauce, me acostumbré a visitarla para cubrir juntos una quiniela. Ir a su casa suponía rechazar más de veinte veces una copa de brandy. Ella iba apagándose poco a poco, pero aquella botella de Veterano se mantuvo impasible durante un par de lustros. 
 A Dios rogando y con el mazo dando. Josefa era de misa diaria, pero intuyo que por hábito social. Nunca la vi muy entusiasmada por los sesudos y vehementes sermones del párroco de San Pedro. A ella le iban más las cosas sencillas, aquellas en las que desde hace dos mil años largos reposa el mensaje del Carpintero. 
 Un día Josefa enfermó y la única hermana que tenía la convenció para regresar con ella a la aldea. Nos vimos todavía algunas veces más. Pero ya no era lo mismo. Cada encuentro, ambos lo sabíamos, podía ser el ultimo. 
 Es jodido despedirse de quien sabes que fue una de las personas que más te han querido. Alguien a quien nunca hubieses podido corresponder como se merecía. Josefa duerme desde esta noche el sueño de los justos. Aún escucho su voz dulce pero vigorosa: «Ponlle ganancia ao Sevilla, que co Zaragoza ben pode. A vere! A veeeeereeee!» Descansa en paz.

Bob Dylan en la tele: actuaciones 1986-1993 (II)

 

 

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 Desde una óptica televisiva, 1986 fue un año intenso para Bob Dylan, más aún que el anterior. Comenzó el 20 de enero con un especial de la NBC grabado en Washington en homenaje a Martin Luther King, donde Dylan coincidió con Stevie Wonder (con cuya banda hizo una vigorosa lectura de I Shall Be Released) y Peter, Paul & Mary, cuya versión de Blowin’ In The Wind le había proporcionado su primer éxito como autor en 1963, por lo que era obligado volver sobre ella aquella noche.

 Por otro lado, el éxito del primer Farm Aid había prendido la mecha que llevó a nuestro hombre a salir de gira por medio mundo con Tom Petty & The Heartbreakers. Durante el tramo australiano del llamado True Confessions Tour se grabó un especial televisivo para la HBO con extractos de los conciertos del 24 y 25 de febrero de 1986 en Sidney. Titulado Hard To Handle, lo editó posteriormente Virgin en formato VHS y CBS en laserdisc.

 El 6 junio de aquel mismo año, los mismos protagonistas participaron en un concierto a beneficio de Amnistía Internacional organizado en el Forum de Los Ángeles, el recinto en que los Lakers de Pat Riley, uno de los equipos más legendarios en la historia de la NBA, habían patentado su showtime de la mano de  Magic Johnson, James Worthy o Kareem Abdul-Jabbar. Las cámaras de la recién nacida MTV recogieron parte de aquella actuación, en la que quedó patente un creciente nivel de entendimiento y sintonía entre Dylan y la que se había convertido de facto en su nueva banda de directo.

 Aunque la segunda edición del Farm Aid se celebró el 4 de julio de 1986 en Manor, Texas, a dos horas escasas del lugar en que nació uno de sus promotores, Willie Nelson, la magia de la televisión permitió hacerle un pequeño guiño al mastodóntico Live Aid del año anterior: durante el concierto de Dylan, Petty y los Heartbreakers, se conectó vía satélite con Buffalo, Nueva York, donde paraba ese día el True Confessions Tour. En aquel tramo de verano se habían sumado a la gira los Grateful Dead, cuya actuación también formó parte del evento benéfico.

 Apenas un mes después, el 5 de agosto, Dylan y Petty recalaban en Mountain View, California, penúltima parada de aquella gira conjunta que al año siguiente tuvo su continuación en el Temples In Flames Tour, esta vez por tierras europeas. Y aquí es preciso que nos detengamos a hacer un poco de historia para no acabar más descolocados de lo estrictamente necesario. En enero de 1986, Carolyn Dennis, una de las Queens Of Rythm, la banda de coristas que también formaba parte del espectáculo, había dado a luz en secreto a Desirée, la hija más joven de Dylan. Y, aunque prácticamente nadie lo sabía tampoco, ambos artistas se habían casado en junio. Dennis llevaba cantando con su flamante esposo desde finales de la década anterior. Su nombre aparece ya en los créditos de Slow Train Coming, el primero de los discos cristianos de Dylan. Su contribución espiritual admite tan pocas dudas como la meramente musical. Al rodearse de un coro gospel, la estrella estaba alimentándose en los dos sentidos. Sin embargo, son muchos los que afirman que a pesar de su evangelización, Dylan no renunció jamás a sus raíces judías. Para algunos,  de hecho, más que un cristiano converso, era lo que se conoce como un judío mesiánico. Y hay incluso quien ha llegado a sostener, como su antiguo asistente, David Kelly, que el artista fue presionado por los altos ejecutivos de su sello discográfico, Columbia Records, para abrazar de nuevo el judaísmo, bajo amenaza de no ver publicado su siguiente trabajo. El caso es que, un lustro después de Shot Of Love, el álbum que cerró la etapa en que Jesús se erigió en principal protagonista de sus canciones,  Bob  Dylan había vuelto a acercarse a la religión de sus padres. Solo así cabe entender su siguiente aparición televisiva (y algunas otras posteriores aún más llamativas). El mismo día en que Dylan actuaba con Petty y los Dead en Mountain View, la Chabad, una influyente organización judía ortoxa surgida en Brooklyn, celebraba su séptimo telemaratón anual, con el que recaudaba fondos para la comunidad hebrea. La sorpresa fue mayúscula cuando el conductor de la gala presentó a su «amigo y leyenda de nuestro tiempo, el único e irrepetible» Bob Dylan y dio paso a una grabación en la que este aparecía respaldado una vez más por Petty y sus Heartbreakers para interpretar Thank God, éxito póstumo de su admirado Hank Williams allá por 1955.

 El 12 de marzo de 1987 se celebró en Nueva York The Gershwin Gala, un homenaje a los hermanos George e Ira Gershwin, compositor y letrista, respectivamente, de la época dorada de Broadway. Conocido estudioso de los estilos y figuras que lo han precedido en la música popular, Bob Dylan se dejó ver sobre el escenario, esta vez solo con su guitarra acústica, para interpretar Soon, canción escrita en 1927 para el musical Strike Up The Band. PBS emitió el 26 de noviembre y el 4 de diciembre de aquel año un programa especial en dos partes, en el que se incluyó aquella actuación. 

 La siguiente aparición televisiva estrictamente musical de Bob Dylan fue bastante más estrafalaria: el 24 de septiembre de 1989 volvió a actuar en el Chabad Telethon emitido desde los estudios de la KCOP TV en Los Ángeles. Esta vez lució la kipá sobre el propio escenario del programa, y estuvo acompañado de su yerno, el cantautor Peter Himmelman, marido de su hija adptiva Maria, y del actor Harry Dean Stanton. El trío interpretó tres canciones: Einsleipt Mein Kind Dein Eigalach, una canción hebrea en la que Dylan alternó (con no excesiva brillantez) una flauta travesera y una dulce; el clásico Hava Nagilah, habitual en toda celebración judía, en la que se pasó a la armónica; y, por alguna extraña razón que permanece oculta hasta nuestros días, intercaló entre ambas una lectura impagable de la ranchera Adelita, donde también se atrevió a cantar. En español: «la ‘seguería’ por ‘tiera’ e por maaaar… ‘se’ por mar en un buque de ‘guera’, ‘se’ por ‘tiera’ en un tren militar». Hay que verlo para creerlo.

  No eran los años más prolíficos de su carrera. Prueba de ello es que la industria y buena parte del público lo consideraban ya parte del pasado. En ese contexto recibió, meses antes de cumplir 50 años, un Grammy honorífico por toda su trayectoria. La ceremonia se celebró el 20 de febrero de 1991 en el Radio City Music Hall de Nueva York. Bob Dylan recibió el galardón de manos de Jack Nicholson, reconocido admirador suyo pero con escasa puntería a la hora de presentarlo, ya que también había sido el encargado de hacerlo en su desastroso paso por el Live Aid de 1985. La misma noche en que se iniciaba la primera invasión estadounidense de Irak, dentro de la Guerra del Golfo, Dylan interpretó en la gala una versión tan contundente como roma de su clásico antibelicista Masters Of War. De su discurso de agradecimiento, cuando Nicholson le entregó el premio, me ocupé en esta otra entrada del blog.

 Su aparición en el telemaratón de la Chabad el 15 de septiembre de aquel año fue mucho peor todavía. Dylan se limitó a acompañar con la guitarra al cantautor y humorista Kinky Friedman en su tema Sold American. Esta vez lucía gafas oscuras y un sombrero que no dejó ver su kipá hasta el final de su actuación. Resulta difícil entender qué pintaba en el evento todo un Bob Dylan con un perfil tan bajo… y tocando acordes sin ningún sentido, como si no hubiese escuchado la canción de Friedman ni una sola vez antes de ese momento.

 1991 nos dejó además la primera actuación televisada de Bob Dylan en España, en el Festival Leyendas de la Guitarra. Fue el 17 octubre en el auditorio sevillano de La Cartuja. Y, como casi todo lo que tuvo que ver con la Exposición Universal del año siguiente, resultó algo excesivo. ¿Qué pintaba Dylan en un encuentro de virtuosos del instrumento como Paco de Lucía, BB King o Phil Manzanera? Claro que también formaban parte del cartel Joe Cocker o Miguel Bosé, a quienes no he visto empuñar una guitarra en mi vida… Retransmitido por La2 (entonces aún TVE2) con los comentarios de Tomás Fernando Flores, Dylan interpretó un set irregular compuesto por All Along The Watchtower, Boots Of Spanish Leather, una versión del Across The Borderline de Ry Cooder en la que estuvo acompañado por Richard Thompson, y otro cover habitual en su repertorio de la época, Answer Me, My Love, del alemán Gerhard Winkler. Luego dio paso a Keith Richards y lo acompañó en Shake, Rattle & Roll. Con ambos repartiéndose las estrofas y Richards bastante más sobrio que la última vez que habían coincidido, cuando lo del Live Aid, la revisión del clásico de Jesse Stone fue lo mejor (o lo menos mediocre) de aquella experiencia.

 Ya en 1992, el 18 de enero se celebró en Nueva York una fiesta por el décimo aniversario del Late Night with Letterman. El prestigioso presentador de la NBC, que hizo de maestro de ceremonias del concierto (retransmitido el 6 de febrero para todo el país), consiguió reunir una banda de lujo. Recibido con una gran ovación y algo menos ausente que de costumbre, Dylan defendió con dignidad su tema más imperecedero, Like A Rolling Stone acompañado por buenos amigos como Jim Keltner en la batería; Chrissie Hynde a la guitarra; Roseanne Cash y Emmylou Harris como coristas y Carole King al piano.

 Ese mismo año Columbia Records decidió conmemorar el trigésimo aniversario del primer álbum de Bob Dylan con The 30th Anniversary Concert Celebration, un macroevento celebrado en el Madison Square Garden el 16 de octubre. Le dediqué una entrada en el blog a lo que ocurrió aquella noche fuera del escenario, así que ahora me ceñiré a lo que pudieron ver los telespectadores de Bob Dylan, actuó después de un sinfin de estrellas (De Stevie Wonder a Lou Reed, de Eric Clapton a Tom Petty, pasando por Neil Young, George Harrison, Johnny Cash, Willie Nelson, Eddie Vedder o Tracy Chapman) que le rindieron pleitesía recreando sus canciones durante cinco horas. Presentado por Harrison, Dylan interpretó en solitario y con oficio Song To Woody e It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding), para que a continuación se le sumasen los más cercanos de sus colegas presentes en una irrepetible versión de My Back Pages y, más tarde, el resto en un horrendo arreglo de Knockin’ On Heaven’s Door, donde se perdió toda la magia creada solo unos minutos antes. Por suerte el público pidió más y, de nuevo en solitario (aunque para entonces las televisiones ya habían cortado la señal, puso el broche con una sentida Girl From The North Country. Medio mundo pudo verlo en directo vía satélite. En España tuvimos que conformarnos con la retransmisión radiofónica de Carlos Finaly y Carlos Herrera en Cadena 100, y con una emisión en Tele 5 varios meses más tarde. 

 El 20 de enero de 1993, Bob Dylan realizó una actuación excepcional (más por el contexto que por el nivel de su interpretación en sí), de la que fueron testigos directos espectadores de medio mundo. Ese día se celebró la primera toma de posesión del Bill Clinton, cuadragésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América. Como otros inquilinos anteriores o posteriores de la Casa Blanca (entre los que cabe destacar a Jimmy Carter o Barack Obama), Clinton es un gran admirador de Dylan, a quien invitó a tocar un viejo tema, Chimes Of Freedom, en el National Mall de Washington.  A diferencia de otros artistas como Bruce Springsteen, Dylan jamás ha manifestado en público tener más simpatías por demócratas o republicanos. En aquella ocasión se prestó a compartir escenario con Aretha FranklinDiana RossMichael Jackson o Tony Bennett, entre otros.

 Estoy convencido de que a Dylan le costó menos acudir al concierto de celebración del 60 cumpleaños de Willie Nelson que al organizado por Columbia meses antes en Nueva York para homenajearlo a él mismo. El evento se bautizó The Big Six-O y se grabó en los estudios de la KRLU-TV en Austin, Texas entre el 27 y el 28 abril. La CBS lo emitió para todo el país y más tarde fue comercializado. Dylan interpretó tres canciones, todas ajenas. Hard Times, de Stephen Foster, que formaba parte de su último álbum hasta la fecha, Good As I Been To You; Pancho & Lefty, de Townes Van Zandt y Heartland, de Steve Dorff y John Bettis. Las dos últimas las cantó a dúo con Nelson. Heartland fue descartada para el DVD y laserdisc en que se comercializó el concierto.

 No hay dos sin tres, y menos si la dicha es buena. Así que el 18 de noviembre de 1993 David Letterman volvió a invitar a Bob Dylan a su programa, que aquel verano se había mudado a la CBS. Uno de los invitados del Late Show aquella noche, el cómico escocés Billy Connolly llegó a darle las gracias a Letterman por haber mencionado su nombre y el de Dylan en la misma frase. Para entonces daba la sensación de que el músico de Duluth, Minnesota, emergía una vez más de sus cenizas y ya no era solo otro dinosaurio amortizado. Este brindó al público y a los siete millones de espectadores que cada noche reunía el espacio ante el televisor una memorable revisión acústica de su clásico Forever Young.

 

Bob Dylan en la tele: actuaciones 1962-1985 (I)

Bob Dylan On The Ed Sullivan Show

Robert Zimmerman mantiene rencillas con los medios de comunicación casi desde que dio a luz a Bob Dylan. En efecto, cuando la prensa rascó un poquito y comprobó que la biografía del joven cantautor era, en buena medida, una farsa (nada de orfandad, nada de haber cruzado el país como polizón en trenes de carga o haciendo autostop, nada de haberse enrolado en un circo antes de cumplir los trece años de edad), Zimmerman (desde entonces en la piel de Dylan) le declaró la guerra. Una never ending war que daría para otra serie de entradas en este blog (se han escrito, de hecho, libros muy interesantes), pero que tendrán que quedar para otra ocasión porque de lo que me apetece hablar hoy es de las excepciones. De las veces en que Dylan ha consentido o le ha apetecido dejarse ver en el más masivo de los medios: la televisión. Y que son, por cierto, bastantes más de las cabría imaginar a tenor de lo anterior, si tenemos en cuenta actuaciones, entrevistas, cameos y otras apariciones recogidas por la pequeña pantalla en los últimos sesenta años. Lógicamente, lo que más le hemos visto hacer a Bob Dylan ante una cámara de televisión es cantar y tocar. Por eso primero voy a hacer memoria en este sentido, y dejar para otro día sus comparecencias extramusicales.

 No deja de ser una curiosidad que su primera vez en la tele fuese en Inglaterra: el domingo 13 de enero de 1963, los espectadores de la BBC pudieron ver a un jovencísimo Bob Dylan formando parte del elenco de una obra de teatro titulada The Madhouse on Castle Street. Su personaje interpretaba una serie de canciones que iban apuntalando la acción. Por desgracia, la cadena pública británica destruyó la única copia cinco años más tarde, por lo que a día de hoy solo podemos escuchar algunos fragmentos de audio.

 El 3 Marzo del mismo año, Dylan, todavía un desconocido para el gran público, hace su primera aparición en la televisión estadounidense. Durante un especial de la cadena  Westinghouse (que acabaría siendo absorbida por la CBS) titulado Folk Songs and More Folk Songs interpretó Blowin’ In The Wind, tema que aún no había visto la luz ni en la versión de su segundo álbum, The Freewheelin’, ni en la de Peter, Paul & Mary, los primeros en llevarlo a las listas de éxito.

 Doce meses después el panorama era otro bien distinto. Cuando el 25 de febrero de 1964 se presentó en el Steve Allen Show de la NBC, Dylan era ya el gran valor emergente de la canción de autor norteamericana. Más aún después de su espantada del Ed Sullivan Show el 12 de mayo del año anterior, cuando un alto ejecutivo de la CBS vetó la canción que pensaba interpretar, la satírica Talkin’ John Birch Paranoid Blues, y exigió cambiarla por otra. Dylan se negó y dejó plantado a Sullivan. Y eso que Columbia era su sello discográfico. Con Steve Allen se tomó la revancha: le concedió su primera (y breve) entrevista televisada, además de cantar una de sus más célebres murder ballads: The Lonesome Death Of Hattie Carroll.

 Apenas unos días después, el 10 de marzo de 1964, se emitió el último capítulo de Quest, un espacio de entretenimiento de la CBC canadiense que se filmó en Toronto con Dylan como protagonista único. Allí tocó, entre otras piezas originales, el blues hablado dedicado a la ultraconservadora John Birch Society, el mismo que le habían censurado en el programa de Sullivan el año anterior.

 Pocas semanas más tarde, Dylan regresó al Reino Unido para actuar en BBC Tonight. Según la base de datos de la cadena, la grabación se produjo el 12 de mayo de 1964; de acuerdo con iMBD, se emitió cinco días después, el 17 de mayo. Al menos se conservan un par de minutos de With God On Our Side.

 Llegamos a 1965, el año de la electrificación, todo un punto de inflexión en su carrera. Un poquito antes de agarrar la stratocaster, el 17 de febrero, Dylan se pasa por los estudios de la ABC en Nueva York para aparecer en el Les Crane Show. Como ocurre con su debut en la BBC, solo se conservan los archivos de audio, que revelan un Dylan mucho menos tímido que en el programa de Steve Allen, y las primeras interpretaciones de dos de sus clásicos de la época: It’s All Over Now, Baby Blue e It’s Alright Ma (I’m Only Bleeding).

 Tras mudar nuevamente de piel, Bob Dylan acude al auditorio Ryman de Nashville el primero de mayo de 1969 para actuar en el Johnny Cash Show. Robert Zimmerman ha decidido convertir su criatura en un crooner country de pelo bien cortado y voz cristalina. Pese a comparecer apadrinado por el gigante del género, que llevaba años defendiéndolo en público y grabando canciones suyas con éxito incontestable, la imagen de Dylan es la de un muchacho intimidado y retraído, que aún así sale airoso de explorar su nuevo material. Su actuación se emite el 7 de junio, de nuevo en la ABC, y el momento culminante es el dueto de Dylan y Cash en Girl From The North Country.

 A partir de ese momento, ver a Bob Dylan en televisión pasa a convertirse en algo realmente excepcional. Una de sus apariciones menos conocidas data de 1972, cuando la cadena pública estadounidense PBS emitió el documental Earl Scruggs: Old Time Music At Its Greatest, dirigido por David Hoffmann, grabado el año anterior y conocido también como The Bluegrass Legend: Family & Friends. Dylan aparece tomando parte junto a la leyenda del banjo en alguna de las jam sessions que muestra la película.

 Ya en 1975, Dylan volvió a dejarse ver para los espectadores de la PBS en el programa dedicado a John Hammond, el hombre que lo descubrió tocando en los clubs de folk del Greenwich Village neoyorquino, le abrió la puerta de la CBS y produjo sus primeros discos. El especial The World Of John Hammond se grabó el 10 de septiembre en Chicago y se emitió por la pequeña pantalla el 13 de diciembre, en plena gira de la Rolling Thunder Revue y pocos días antes de la publicación del ábum Desire. Dylan interpretó canciones tanto de ese como de su disco anterior, Blood On The Tracks.

 Precisamente el éxito de la Rolling Thunder, con la que Dylan recorrió el nordeste de su país y parte de Canadá, le llevó a embarcarse en una segunda parte por los estados del sur en la primavera de 1976. La NBC decidió filmar el concierto del 23 de mayo en Fort Collins, Colorado, para luego emitir una selección de temas el 14 de septiembre, al día siguiente de la publicación del álbum Hard Rain, basado en la misma actuación.

 El 20 de octubre de 1979, Bob Dylan acudió a uno de los programas más célebres y longevos de la televisión de su país, el Saturday Night Live de la NBC, tras haber mutado de nuevo desde el punto de vista artístico. Recién estrenada su fe cristiana, y en plena efervescencia del movimiento punk, Dylan había decidido teñir sus nuevas composiciones de religiosidad. Algunos apuntaron que incluso de cierto integrismo. A él, como siempre, le dio lo mismo. Se presentó en el espacio más mordaz, sarcástico y políticamente incorrecto de la parrilla catódica norteamericana para cantarle a Aquel a quien había decidido seguir. Acompañado de una fabulosa banda (Fred Tackett, Tim Drummond, Jim Keltner…), dicho sea de paso.

 El fervor evangelizador de Bob Dylan se mantenía intacto cuando el 27 de febrero de 1980 actuó por primera vez en la gala de entrega de los premios Grammy, retransmitida en directo por la CBS. Nominado a la mejor interpretación vocal masculina de rock por Gotta Serve Somebody, de su álbum Slow Train Coming, Dylan apareció en el escenario de rigurosa etiqueta y acompañado por los mismos músicos que en SNL, más un grupo de coristas entre las que estaba Carolyn Dennis, con quien acabría casándose en secreto y engendrando a su hija Desirée. En las páginas de Trouble In Mind, su ensayo sobre aquella etapa del artista, el biógrafo Clinton Heylin explica que Dylan se molestó mucho cuando alguien de producción deslizó durante los ensayos que la canción era demasiado larga (en el disco dura casi cinco minutos y medio) para un programa en prime time, y le sugirió obviar alguna de las estrofas. Él no solo se negó, sino que, llegado el momento, extrajo del bolsillo de su esmoquin una armónica con la que atacó un solo completamente fuera de guion, tras el que estiró la coda final repitiendo una y otra vez eso de que «puedes elegir al diablo o al Señor, pero has de servir a alguien». Por si a alguien no le había quedado claro qué es lo que había ido a hacer al Shrine Auditorium de Los Ángeles. 

 Los ochenta están considerados la década perdida de Bob Dylan, el momento en que su carrera alcanzó sus cotas más bajas. Ciñéndonos a sus apariciones televisivas, ese rumbo errático nos dejó momentos impagables. Y uno de ellos (varios en realidad) se produjeron el 22 de marzo de 1984, cuando acudió al Late Night with David Letterman de la NBC. En teoría, la actuación de Dylan formaba parte de la promoción del que entonces era su disco más reciente, el notable Infidels. El propio presentador mostró a cámara la portada del álbum antes de presentarlo como una leyenda a la que se sentía honrado de recibir en su programa… Fue entonces cuando Dylan decidió improvisar y tocar un tema que ni formaba parte de Infidels, ni había interpretado jamás, ni ha vuelto a tocar desde entonces: una versión del blues Don’t Start Me Talkin’ de Sonny Boy Williamson. Para más inri, acompañado de un estrafalario trío de punk latino, The Plugz, a quienes había conocido en Los Angeles cuando buscaba figurantes para uno de sus últimos videoclips. Salvador Dalí habría estado en su salsa rodeado de tanto surrealismo. Pero aquello fue solo el principio. Cuando David Letterman le preguntó a Dylan si se quedaban para tocar alguna canción más a lo largo del programa (naturalemente un puro formalismo, esas cosas están pactadas de antemano) el músico pareció descolocado y tardó unos eternos segundos en acceder, mostrándose dubitativo. Al menos, License To Kill y Jokerman, las otras dos canciones de aquella actuación, sí pertenecían a su último trabajo. Pero también hubo sorpresas. En el tempo de la primera, una balada que The Plugz convirtieron casi en anfetamínica. Y sobre todo en el caos desatado con la segunda, cuya estructura la banda no tenía bien asimilada, obviamente por falta de ensayo. En efecto, Dylan acudió a un espacio de máxima audiencia para promocionar su disco… acompañado de músicos que no se sabían sus canciones. Pero él tampoco se quedó atrás, y a los tres minutos de canción se le ocurrió improvisar otro de sus solos de armónica, por lo que no dudó en quitarse la guitarra de encima y dar la espalda a la cámara mientras se alejaba en busca del otro instrumento, para desesperación del equipo de realización, que debió de cagarse al completo en su estampa. La cosa ni siquiera acabó ahí, no crean: la armónica que Dylan cogió estaba en el tono equivocado, cosa que no advirtió hasta que empezó a soplarla sobre el micro… Así que vuelta a empezar. Con los Plugz aguantando el tipo como podían ante la mirada atónita de millones de espectadores, el tío Bob dio de nuevo la espalda al objetivo y la cambió, por fin, por la armónica correcta. Y aquí es donde se produce el milagro. Pese a tamaña sucesión de imprecisiones, descuidos y errores de bulto, la actuación de Dylan y su insólitos escuderos ocasionales fue un éxito rotundo. Un maravilloso caos en tres actos.

 Lo del Live Aid también fue un caos, pero mucho más desagradable de ver. Y eso que empezó de manera prometedora, con Jack Nicholson diciendo aquello de «algunos artistas hablan por sí mismos, pero algunos hablan en nombre de toda una generación. Es para mí un honor inmenso presentarles a una de las grandes voces de la libertad de América. Solo puede tratarse de un hombre: ¡el trascendente Bob Dylan!» Lo siguiente que vieron cientos de millones de espectadores de todo el mundo que aquel 13 de julio de 1985 seguían la retransmisión simultánea del macrofestival benéfico organizado por Bob Geldof en Londres y Philadelphia fue al bardo de Minnesota presentar a los dos tipos que le acompañaban, nada menos que Keith Richards y Ron Wood. Pero a partir de ahí todo fue un completo desastre, que se pudo intuir cuando, tras requerir la presencia sobre el escenario de los dos stones, un sudoroso Dylan miró a un lado y a otro y añadió: «no sé dónde se han metido…» Habría sido mejor que no hubiesen aparecido, porque su nivel de intoxicación era directamente proporcional al de los problemas técnicos desatados al pretender montar el escenario para la traca final conjunta de todos los artistas justo detrás del telón ante el que Dylan, Richards y Wood debían acometer una delicada actuación acústica. Sumémosle lo de siempre: que, según Ronnie, Bob decidió a última hora cambiar el set que habían ensayado. Y que lo de ensayado es solo una forma de hablar, porque las cintas piratas que se conservan del encuentro que mantuvieron la víspera son otro despropósito mayúsculo. Oh, pero no acabó ahí la controversia. Antes de iniciar The Ballad Of Hollis Brown, Bob Dylan volvió a hacerlo. El tipo que lleva décadas sin dirigirse al público entre canción y canción, el mismo que apenas saluda al terminar sus actuaciones, tuvo a bien sugerir que tal vez «uno o dos millones» de los que se estaban recaudando aquel día para ayudar a combatir la hambruna en Etiopía podían destinarse a los granjeros estadounidenses, que entonces atravesaban una profunda crisis y a duras penas podían pagar sus hipotecas. Claro que entre morir de hambre y estar en riesgo de deshaucio existían algunas diferencias. De hecho, en la edición oficial que se comercializó del concierto Hollis Brown fue eliminada (y con ella su controvertida introducción). ¿La guinda? Durante Blowin’ In The Wind a Dylan se le rompió una cuerda de la guitarra, por lo que Wood hubo de prestarle la suya sobre la marcha y salir en busca de otra de repuesto. Delante de apenas cien mil personas que abarrotaban el estadio John F. Kenneddy de Philly, y de una audiencia global estimada en casi dos mil millones, el 40 por ciento de la población mundial… Como para no sudar. 

 Dylan se equivocó en las formas pero no en el fondo. Es decir, no venía a cuento hablar de la crisis del sector primario de la primera potencia económica mundial en un evento pensado para salvar a los más parias entre los parias de la tierra. Pero eso no quitaba para poder hacer algo también por aquellos pobres rancheros. Así que sus amigos Neil Young, Willie Nelson y John Mellencamp decidieron recoger el guante y organizar el 22 deptiembre de aquel mismo año en Champaign, Illinois, la primera edición del Farm Aid, festival que, a diferencia del que lo inspiró, ha seguido celebrándose cada año hasta nuestros días. Por la parte que nos toca, aquella actuación marcó el inicio de la asociación entre Bob Dylan y Tom Petty & The Heartbreakers. Cómo llegaron a compartir escenario mis dos artistas favoritos de todos los tiempos lo expliqué en la entrada que le dediqué hace algunos meses al que fue mánager de ambos durante algún tiempo, Elliot Roberts.

(continuará)

 

 

 

Los mitos también lloran

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Tres iconos para explicar un vídeo maravilloso.
Uno: George Jones, leyenda de la música country, conocido popularmente como el «mejor cantante vivo» del género hasta su muerte, en 2013. «Cualquiera capaz de lograr su sonido ideal sonaría como George», dijo una vez Waylon Jennings.
Dos: El Grand Ole Opry, un programa musical de radio en directo por el que desde 1925 han venido pasando semanalmente todas las figuras de la música tradicional americana, desde Hank Williams a Old Crow Medicine Show.
Y tres: Vince Gill, ganador de 21 premios Grammy, con más de 25 millones de discos vendidos a lo largo de su carrera.

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Vamos ahora con la historia: abril de 2013. El Opry acoge lo que los americanos llaman un memorial service, es decir, un funeral no religioso (aunque no ajeno a los mensajes religiosos porque hablando de country eso sería imposible) en homenaje a George Jones. Vince Gill y Patty Loveless la dedican a dúo el espiritual «Go rest high on that mountain», un tema escrito por Gill e incluido en su álbum When Love Finds You. En un momento dado, Vince se echa a llorar sobre el escenario. Desconsoladamente, como un niño pequeño. Lo nunca visto. La voz con la que todos han querido grabar alguna vez se ha roto en mil pedazos al segundo estribillo. Pero la música no cesa, el artista se recompone como puede y habla a través de su guitarra acústica, de la que logra extraer un solo maravilloso mientras sus lágrimas corren aún por sus mejillas. Justo al final, haciendo un esfuerzo titánico, consigue volver a unir su voz a la de Loveless. Merece la pena que lo veáis. Son apenas cuatro minutos tras los que vuestras vidas serán un poco mejores, os lo aseguro.

Go rest high on that mountain

I know your life
On earth was troubled
And only you could know the pain.
You weren’t afraid to face the devil,
You were no stranger to the rain.
Go rest high on that mountain
Son, your work on earth is done.
Go to heaven a-shoutin’
Love for the Father and the Son.
Oh, how we cried the day you left us
We gathered round your grave to grieve.
I wish I could see the angels faces
When they hear your sweet voice sing.
Go rest high on that mountain
Son, your work on earth is done.
Go to heaven a-shoutin’
Love for the Father and the Son.

Katrina, Katrina… (una crónica: III)

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El día en que nos marchamos de Nueva Orleáns comenzó con crónica telefónica para la radio: «As autoridades insisten en que hoxe si será por fin o derradeiro día de evacuación voluntaria para os máis de dez mil veciños de Nova Orleáns que, segundo as últimas estimacións, permanecen nas súas casas. A policía insiste en convencelos de que deben marchar por orde do Goberno e non teñen outra alternativa. Nas últimas horas tivemos a oportunidade de visitar áreas da cidade nas que a auga acada aínda os dous metros de altura. A insalubridade é evidente mesmo nas zonas que xa están secas, como Canal Street, onde nos concentramos xornalistas, policías e militares. Un dos hoteis mantén as súas portas abertas para acoller os informadores, malia non dispoñer de auga nin electricidade. Mentres, a administración Bush comeza a pensar tamén na necesaria reconstrucción dunha cidade na que hai menos de dúas semanas vivían máis de tres millóns de persoas. Agora mesmo a prioridade é a reparación de pontes e estradas, así como o control dos parches de contención situados no lago Pontchartrain.»

Una vez salimos del área metropolitana, regresamos también en cierto modo a la vida real. Era jueves, y el domingo, 11 de septiembre, se cumplían cuatro años del atentado contra las Torres Gemelas. Lo ideal era estar de regreso en Nueva York a tiempo de informar de los actos en memoria de las víctimas, más aún cuando el lunes 12 comenzaba la cumbre de jefes de estado de la ONU, a la que tenían previsto asistir el presidente Zapatero y el Rey Juan Carlos. A TVG le interesaba que Fito y Kepa se quedasen conmigo para hacer la mejor cobertura posible de todo. De modo que mientras dejábamos atrás Louisiana en dirección a Biloxi, Mississippi, también empezamos a planear el repliegue. En 2005 no había internet todavía en los teléfonos móviles, así que Kepa hubo de ponerse de acuerdo con nuestra central en Santiago para hallar una combinación factible. Al final encontramos billetes en un vuelo que salía a media tarde del viernes desde Pensacola, en Florida, a tres horas escasas de donde estábamos. Teníamos por lo tanto un día y medio por delante para completar el trabajo, por lo que gestionamos enlaces en directo desde Biloxi, donde todavía quedaban equipos de televisión locales. Los estragos del Katrina eran visibles a cada paso. Construir casas de madera en zonas donde los vientos son huracanados casi cada año conlleva ciertos riesgos. Había pueblos literalmente destruidos.

Nos detuvimos en algún lugar del estado de Mississippi al ver un campamento en torno a una iglesia baptista: tiendas de campaña alrededor del templo y una carpa donde se repartía comida, bebida e incluso ropa. Tengo grabado a fuego el caluroso recibimiento que nos brindaron, que se intensificó cuando les dijimos de dónde veníamos. Aquella gente que lo había perdido todo menos su vocación de comunidad nos ofreció de lo poco que había conseguido salvar del desastre. A nosotros, que en poco más de 24 horas estaríamos de regreso en Nueva York disfrutando de todas las comodidades… A veces el ser humano nos devuelve la fe en su grandeza: «Estamos bien, estamos juntos, no hemos resultado heridos. De momento dormimos aquí, tenemos alimentos, agua, leche y café. Leemos pasajes del Evangelio y jugamos a las cartas para matar el tiempo, muchas gracias por vuestro interés», me dijo el pastor. «Quiero aprovechar vuestra cámara para agradecer todas las oraciones que ha habido por nosotros desde todos los rincones del mundo. Quiero que quien vea vuestra cadena sepa que todas cuentan, todas nos ayudan a seguir adelante, que Dios os bendiga», añadió una de sus feligresas. Los Estados Unidos de América, señores. No hace falta decir más.

Biloxi parecía arrasada por una manada de tiranosaurios (si es que alguna vez esos bichos se organizaron en manadas). A diferencia de Nueva Orleáns, allí no había agua estancada, sólo escombros por todas partes. Ni un alma en las calles, el mismo silencio. Destrucción. Cualquier fondo era bueno para grabar una medianilla, cada diez metros dábamos con una imagen más dantesca que la anterior.

Grabamos, enviamos, conectamos, cumplimos con nuestra labor lo mejor que pudimos. Por descontado, no había dónde comer, los pocos restaurantes que seguían en pie estaban cerrados. Tuvimos que contentarnos con chocolatinas, galletas y snacks que llevábamos en el coche (que también habrían de servirnos como desayuno por la mañana). Aunque al día siguiente debíamos enlazar de nuevo desde allí, por la tarde decidimos hacernos otra vez a la carretera en busca de un motel donde descansar y darnos por fin una ducha…. No nos rendimos hasta que el mapa nos dijo que estábamos en Mobile, Alabama… y ni siquiera allí había una sola habitación libre. Condujimos de vuelta a Biloxi y, por segunda vez en tres días, nos acomodamos (es un decir) dentro del Explorer.

A todo se acostumbra uno. Ayudado por el cansancio acumulado, esta vez logré conciliar el sueño quizá un par de horas al menos. Al amanecer recorrimos las partes del pueblo que aún no habíamos visto y comprobamos que hasta los casinos flotantes habían sucumbido al Katrina. Nos acercamos a la playa, el lugar donde teníamos el enlace, e hicimos el último envío de nuestro viaje. Después localizamos la delegación más cercana del Ejército de Salvación y, en agradecimiento por sus desinteresadas atenciones de los días previos, les regalamos el generador eléctrico, que no íbamos a poder (ni necesitábamos) subir al avión. Los tipos se quedaron completamente alucinados y nos dieron las gracias como 38 veces en menos de un minuto.

De vuelta en la Interestatal 10, pusimos rumbo a Pensacola con el tiempo más encima de lo que hubiésemos deseado. Había que devolver el coche en el aeropuerto y subir a bordo de aquel avión a cualquier precio. Bromeamos con nuestro olor corporal hasta el extremo de poner en duda si nos dejarían atravesar la puerta de embarque. Jamás me he alegrado tanto de ver un baño público como aquel día nada más entrar en la terminal: agua corriente, jabón y un inodoro. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Aunque sea por unos pocos días. Volamos en cola, junto a los motores del jet, en los peores asientos de toda la cabina; pero volamos y aterrizamos sin novedad en Nueva York. Atrás quedaban 130 de las horas más intensas de mi vida. El sábado descansamos. Kepa y Fito en hotel, yo en mi apartamento. Quedamos por la tarde en mi querido Nevada Smith’s de la Tercera Avenida (where football is religion) para ver la victoria de nuestro Depor (al menos de Fito y mío) sobre el Atlético con un solitario gol de Capdevila en el descuento. Y al día siguiente, 11 de septiembre, volvimos al trabajo en la Zona Cero. Pero esa es otra historia.

 

Missin’ John

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Hubo una vez un Gigante que siempre vestía de negro. Lo hacía, según una de sus más célebres composiciones, por los pobres y los hambrientos; por los faltos de esperanza y por todos los que habían muerto creyendo que Dios estaba de su lado. Sus mensajes eran claros, inequívocos: sujeto, verbo y predicado. Nada de artificios. Cuenta la leyenda que la sombra de aquel Gigante nunca dejará de crecer.

Hace ya más de 14 años que El Hombre de Negro se marchó para siempre. El Coloso, el contradictorio, el errático e irrepetible Johnny Cash. Algunos creen que se murió de pena. Es verdad que padecía diabetes mellitus y que su deterioro físico en menos de una década fue estremecedor. Pero también que apenas seis meses antes que él se había ido el amor de su vida, June Carter («a prepararlo todo allá arriba«, en palabras de Bono). El caso es que el dolor acabó de ensombrecer el rostro de Cash, que ya había perdido a su hermano mayor en un accidente doméstico cuando apenas era un crío, y tuvo que crecer ignorado por su padre, que siempre lo culpó de lo sucedido. Sabiendo que la Noche Eterna planeaba sobre él, grabó cuantas canciones tuvo tiempo y fuerzas de grabar en el ocaso de su travesía. La última, apenas tres semanas antes de dejarnos, se titulaba Like the 309, y utilizaba la metáfora de un viejo tren de vapor (símbolo poderoso donde los haya) como la muerte que se acercaba imparable:


Johnny Cash atesoraba dos cualidades musicales que siempre he admirado: una voz inconfundible y rotunda, y una capacidad innata para hacer de lo menos virtud: nunca fue un gran instrumentista, pero sacó provecho de sus limitaciones como nadie y supo esculpir su estilo a partir de ellas. A mayores, navegó siempre entre el recto y piadoso baptista en que su madre se esforzó por convertirlo, y el incorregible pendenciero que su vida artística le llevó a ser. No buscó el equilibrio, Johnny Cash era simplemente las dos cosas a la vez. Y así lo extrañamos.

El día que el Rey David hincó la rodilla… y rezó (ante más de 70.000 personas)

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©DAVE BENETT/ / (Credit Image: © Alpha/Globe Photos/ZUMAPRESS.com)

Hoy habría soplado 70 velas, y en apenas un par de días se cumple un año de su muerte. Llevamos 52 semanas lamiéndonos la herida abierta de su ausencia, celebrando sus canciones, tratando de delinear su talento y, lo que resulta aún más complicado, su carisma. Porque David Bowie era el paradigma de lo cool, el Artista con mayúsculas, el icono inalcanzable. Parecía irreal ya en los primeros años 70 transmutado en Ziggy Stardust, no se mostró más mundano cuando más tarde adoptó la apariencia del Thin White Duke y, desde luego, tampoco nos sacó de la ensoñación que provocaba la mera mención de su nombre cuando se casó con una de las mujeres más hermosas del mundo para sellar un romance que parecía de película y, a diferencia de tantos otros, solo la muerte pudo interrumpir.

Bowie fue uno de los pocos que consiguió que sus discos (también los menos memorables) no sonasen a nada que hubiésemos escuchado antes. Reconocíamos al instante su voz o, mejor dicho, sus voces. A veces nos emocionaba, a veces nos estremecía, en otras ocasiones nos desconcertaba y, a menudo, todo al mismo tiempo.

El 20 de abril de 1992 el viejo estadio de Wembley, en Londres, acogió un concierto en memoria de Freddie Mercury, que había muerto cinco meses atrás, víctima del sida. El evento, al que asistieron unas 72.000 personas y fue retransmitido en directo por radio y televisión en otros 75 países además del Reino Unido, sirvió además para concienciar a la población sobre los riesgos de contraer dicha enfermedad, entonces en plena expansión. El dinero recaudado fue a parar a la Mercury Phoenix Trust, la organización benéfica fundada por Brian May y Roger Taylor tras la muerte de su compañero.

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El concierto comenzó con breves actuaciones de Metallica, Guns N’Roses o U2 (vía satélite desde los Estados Unidos) entre otros artistas. Tras un breve discurso de Liz Taylor (que además de la actriz favorita de Freddie fue una de las mayores activistas en la lucha contra el sida) los Queen supervivientes tomaron el relevo acompañados de la consabida constelación de estrellas invitadas: Roger Daltrey, Robert Plant, Elton John… Mediado el mastodóntico espectáculo llegó el turno de Bowie, que irrumpió en el escenario acompañado de Annie Lennox. En el momento en que John Deacon esculpió la célebre introducción de Under Pressure, Wembley rugió.

Tras una más que merecida ovación para Lennox, Bowie (vestido con un traje de color verde chillón que solo él podía defender con dignidad) tomó la palabra para presentar a su viejo camarada Mick Ronson, guitarrista de los Spiders From Mars en sus días de Polvo de Estrella, y componente después de Mott The Hoople. El propio líder de los Hopple, Ian Hunter, fue el siguiente en salir a escena para llevar la voz cantante en una catártica versión de All The Young Dudes, un tema compuesto por Bowie que Hunter y sus compañeros habían convertido en éxito masivo veinte años antes.

Ya sin Hunter bajo los focos, Ronson y Queen unieron fuerzas de nuevo para que Bowie encontrase aún refugio para la épica con Heroes. La interpretación de David, como en los temas anteriores, estuvo cargada de solemne sobriedad.

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Tan solo se dejó llevar un poco por la emoción en el tramo final de la canción porque, en teoría, su set terminaba ahí. Sin embargo, la banda concluyó la canción de manera abrupta, dejando latente la sensación de que faltaba algo…

Sin perder la compostura, Bowie se dirigió al público con estas palabras: «Este homenaje es para nuestro gran amigo Freddie Mercury. También me gustaría que nos acordásemos hoy de aquellos otros amigos, vuestros y míos, que hayan muerto en el pasado o recientemente. Y de amigos, o en vuestro caso quizá incluso miembros de vuestra propia familia, que se mantienen con vida aún después de haber sido derribados por esta implacable enfermedad. Personalmente quiero acordarme de Craig, porque sé que me estás viendo. Y me gustaría hacer una ofrenda de una forma muy sencilla pero que a la vez es el modo más directo en que se me ocurre hacerla…» En ese momento y para sorpresa de todos los asistentes (recuerden, más de 70.000), David Bowie se arrodilló… y comenzó a rezar el Padre Nuestro

Terminada la plegaria, Wembley estalló en aplausos, Bowie se puso en pie y gritó «¡Que Dios bendiga a Queen! ¡Y que os bendiga a vosotros también, gracias, buenas noches!» Y se marchó dando paso al siguiente invitado, que, paradojas de la vida, era George Michael

Un año más tarde, Tony Parsons le preguntó por aquel episodio en una entrevista publicada en la revista británica Arena, hoy ya desaparecida: «Tomé la decisión de hacerlo apenas cinco minutos antes de salir al escenario. Coco (Scwab, su asistente personal y ángel de la guarda particular desde hacía muchos años) y yo teníamos un amigo común que se estaba muriendo de sida. Acaba de entrar en coma ese mismo día. Y justo antes de salir a cantar con Queen algo me dijo que debía rezar un Padrenuestro. La gran ironía es que Craig murió dos días después de aquel concierto… En la música rock, en particular cuando se actúa ante una audiencia multitudinaria, no existe espació para la oración. Sin embargo, creo que muchas de las canciones que se escriben se pueden considerar oraciones en sí mismas. Muchas de las mías parecen llamadas a la unidad conmigo mismo. A nivel personal, tengo una creencia inquebrantable en la existencia de Dios. Para mí, resulta incuestionable… Mirando las cosas con la perspectiva del tiempo, veo que mucho de lo que atribuí a mi espíritu aventurero era en realidad una búsqueda tenaz de conectar con Dios. Siempre estaba investigando, analizando por qué funcionaban las religiones y qué es lo que la gente encontraba en ellas. Y me moví de unas creencias a otras hasta que en un momento particularmente bajo de mi vida, a mediados de los años 70, desarrollé una cierta fascinación por la magia negra. Y aunque estoy convencido de había una fuerza demoníaca que me arrastraba en esa dirección, yo no estaba buscando maldad. Tenía la esperanza de aquellos símbolos me llevasen a algún lugar…

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Pasado mañana se cumplen doce meses de su marcha. Hoy, donde quiera que esté, celebra su setenta cumpleaños. Esta es su última foto conocida, se publicó en su cuenta de Instagram el 8 de enero de 2016. En ella, el Rey David aparece exultante, como si supiera algo que nosotros desconocemos; a punto de empezar a caminar no sabemos hacia dónde. Quiso que incinerasen su cuerpo y que, de acuerdo con la tradición budista, sus cenizas fuesen esparcidas en la isla indonesia de Bali. Casi al mismo tiempo, su mujer, la modelo somalí Iman, compartía en Twitter estas palabras: «A menudo ignoramos el verdadero valor de un momento, al menos hasta que se convierte en un recuerdo.»

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