Los que no se van nunca del todo

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 Hoy hace cuatro años que se marchó mi tercera abuela. Una mujer sencilla y maravillosa que me vio crecer y me quiso casi como si me hubiese parido. Hoy hace cuatro años que escribí lo que sigue. Y lo sigo suscribiendo, palabra por palabra. Porque alguna gente nunca se va del todo.

Josefa García. Lo escribo y me parece ver su firma, algo tosca, al pie de una postal de cumpleaños o tal vez en el libro de dedicatorias de mi primera comunión. Tenía un nombre vulgar, pero era una mujer extraordinaria. Cuidó de mí muchas veces en mi niñez. Ya se veía mayor entonces. Mayor y viuda. Y alegre. Jamás escatimó una sonrisa. Me trató como al hijo, más bien el nieto que nunca tuvo. Y ahí estuvo, en primera fila, cuando las cosas se torcieron y el infierno se abrió bajo nuestros pies. Siempre al quite, Josefa era una de esas personas que, no teniendo apenas ni para sí, te lo daba todo. Yo tuve dos becas. La del Ministerio y la suya. Su lealtad parecía escrita en sangre. 
 Años más tarde, cuando las aguas volvieron a su cauce, me acostumbré a visitarla para cubrir juntos una quiniela. Ir a su casa suponía rechazar más de veinte veces una copa de brandy. Ella iba apagándose poco a poco, pero aquella botella de Veterano se mantuvo impasible durante un par de lustros. 
 A Dios rogando y con el mazo dando. Josefa era de misa diaria, pero intuyo que por hábito social. Nunca la vi muy entusiasmada por los sesudos y vehementes sermones del párroco de San Pedro. A ella le iban más las cosas sencillas, aquellas en las que desde hace dos mil años largos reposa el mensaje del Carpintero. 
 Un día Josefa enfermó y la única hermana que tenía la convenció para regresar con ella a la aldea. Nos vimos todavía algunas veces más. Pero ya no era lo mismo. Cada encuentro, ambos lo sabíamos, podía ser el ultimo. 
 Es jodido despedirse de quien sabes que fue una de las personas que más te han querido. Alguien a quien nunca hubieses podido corresponder como se merecía. Josefa duerme desde esta noche el sueño de los justos. Aún escucho su voz dulce pero vigorosa: «Ponlle ganancia ao Sevilla, que co Zaragoza ben pode. A vere! A veeeeereeee!» Descansa en paz.

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